Comencé en el Patchwork hace
tan sólo tres años con un cojín de Log Cabin. Después de la clase, lista de
materiales en mano, corrí a comprar las telas y me dejé aconsejar… Desgraciadamente,
la labor resultó una mezcla de color pobre y poco afortunada.
Aunque el cojín fue desterrado
al apartado “a-ver-qué-hago-yo-con-ésto”,
la técnica me gustó por su sencillez y vistosidad. Por ello, tras acabar unos acericos
y una bolsa con corazones aplicados, me lancé a un proyecto un poco más
ambicioso y empecé… una colcha!
Como quería una mantita alegre
y primaveral utilicé un panamá blanco sobre el que bordé corazones rosas
rodeados de lunares, cuadritos, flores… todo ello en verde, rosa y blanco. Me encantó
ver como crecía bloque a bloque.
Las fotos me traen a la
memoria la novela de Tracy Chevalier “La joven de la perla”: el pintor Vermeer descubre
el talento de Griet para interpretar la luz y el color cuando ve sobre la tabla,
las verduras que ella ha picado para la sopa; cebolla, lombarda, nabos y
zanahorias dispuestos circularmente, en un equilibrio de color que hace que los
tonos armonicen y “no luchen entre sí".
Y es, precisamente ahí, dónde reside
el secreto de una bonita labor de patchwork, verdad?
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