Reconozco mi pasión por los
mercadillos. Son lugares llenos de vida
y con una magia especial. Desde bien pequeña siempre acompañaba a mi madre; ella
nunca encontraba nada que le gustara pero le parecía gracioso ese afán mío de
buscar tesoros.
Sigo igual… Ayer nos acercamos
a dar una “inofensiva” vuelta… y voila! Me topé con un puesto de zapatillas. Irresistibles modelos de Victoria a 5€. Así
que… no se me puede culpar de haberme comprado dos pares, verdad?
Más adelante apareció un gran
puesto de telas. Cierto que no había algodones apropiados para patchwork pero abundaban
las sedas artificiales, lanas y paños de
espiga, gabardinas, acolchados varios, forros y hasta un maravilloso tejido de
barbour. En esos momentos entro en una especie de trance y no puedo resistir a la tentación de comprar. La
ardilla de Ice Age debe sentir esa
misma emoción cuando se encuentra frente a un montón de avellanas: locura por apropiarse
de todas ellas.
Continuamos el paseo; yo feliz
saboreando futuros proyectos y mi comprensivo marido cargando bolsas. Acabamos
el recorrido con una pequeña compra más
y canturreando muy a nuestro pesar la cancioncilla
que sonaba en el puesto cercano mientras elegía las telas: “Veeeen
a brindaaaar con vino griego de mi
tierra natal, el vino rojo que me hará recordar un pueblo blanco que dejééééé
detrás del maaaaar…..” Socorrooooo! Aún hoy José Vélez sigue cantando a
pleno pulmón dentro de mi cabeza!
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