Mediodía de domingo envuelta
en el aroma de los tilos en flor y perdida entre las páginas de un libro. De
repente, una voz me saca de mi ensimismamiento: “Oye chavala, ¿conoces la fábula de la lechera?”. Levanto perezosamente la mirada y me encuentro con
un sonriente abuelo apoyado en su muleta y con ganas de charla.
Me enterneció
su audacia, pero me fastidia ser interrumpida mientras leo, y lo `peor del caso,
es que me ocurre continuamente. Me cuesta rechazar esas conversaciones
impuestas, y me suelo plegar a la cortesía de escuchar. Le respondí que la conocía,
esperando poder volver a la lectura, pero no funcionó… y la recitó al completo.
Al parecer, conocía toooodas las fábulas de Samaniego. Por un momento caí en la
desesperación al recordar que había escrito más de 100, pero terminada su
declamación, procedió a retirarse. Alabé su buena memoria y se alejó buscando escuchantes más propicios.
Me pregunto si algún día,
cuando sea muuucho más mayor, también abordaré a desconocidos en el parque, para
abrumarles con mi charla acerca de cuándo cosía y hacía mantitas de patchwork o
anillos de botones como los que acabo de fotografiar…
A mi tambien me pasa :-) yo pongo mala cara y un poco de genio pero tampoco funciona
ResponderEliminar