Abro el correo y me encuentro las últimas
adquisiciones de Pili. Colecciona muñecos antiguos que adquiere en ferias de
desembalaje. Las fotos hablan por sí solas y recuerdan tiempos pasados. Alguna
vez le mencioné que me encanta la porcelana antigua, así que seguramente por
eso, también me ha enviado un regalo en forma de juego de café que perteneció a
su madre.
Las fotos de Pili me transportan al libro,
recientemente leído, de Natalia
Fellonera, “El despertar de la Señorita Prim”. Me ha dejado un estupendo
sabor de boca. Representa ese ideal frustrado (en mi caso al menos), de llevar una
vida muy diferente a la que marcan estos tiempos estresantes y emocionalmente
indiferentes en los que vivimos. Ahí va un extracto…
“A los ojos de
los visitantes, San Ireneo de Arnois parecía un lugar anclado en el pasado.
Rodeadas de jardines repletos de rosas, las antiguas casas de piedra se alzaban
orgullosas en torno a un puñado de calles que desembocaban en una bulliciosa
plaza. Allí reinaban pequeños establecimientos y comercios que compraban y
vendían con el ritmo regular de un corazón sano. Los alrededores del pueblo
estaban salpicados de minúsculas granjas y talleres que aprovisionaban de
bienes las tiendas del lugar. Era una sociedad reducida. En la villa residía un
laborioso grupo de agricultores, artesanos, comerciantes y profesionales, un
recogido y selecto círculo de académicos y la sobria comunidad monacal de la
abadía de San Ireneo. Aquellas vidas entrelazadas formaban todo un universo.
Eran los engranajes de una comunidad de pequeños propietarios que se
enorgullecía de autoabastecerse a través del comercio, la producción artesanal
de bienes y servicios y el encanto de la cortesía vecinal”.
San
Ireneo… ¿podría parecerse a Arreau? Me gusta imaginarlo así…
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