Lo real y lo literario se funden
en algunas ocasiones... Me secaba el
pelo en los vestuarios de la piscina, escuchando una samba, cuando vi por el
espejo que se me acercaba presurosa, una gruesa y sudorosa señora. Farfullaba
algo que los auriculares me impedían entender. Venía congestionada y
ciertamente angustiada. Apagué la música tratando de entender: La pobre mujer
había quedado literalmente atrapada en el traje de baño. Me costó sacarle los
brazos de los tirantes y recolocárselos. No estaba muy bien, probablemente tomaba
algún tipo de medicación.
La situación en sí, me recordó un cuento de Cortázar: “No se culpe a nadie”. En él, el personaje queda atrapado en un jersey de lana con un dramático final. La señora murmuró
agradecimientos y allí me dejó; perpleja e imaginando qué otras desgracias le acontecerían al ponerse el gorro y las
gafas.
Sucedió la semana pasada.
Estos días, el acolchado de mis “Retales Sorpresa” está tan paralizado como la
economía del país. Una maldita tendinitis en el antebrazo me ha retirado
temporalmente de la aguja y el hilo.
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