Me miraba haciéndome sentir
culpable. Al principio no entendía lo qué le pasaba, pero a medida que pasaban
los días, su actitud fue haciéndose más comprensible. Tiene una forma tan expresiva
de mirar, de abatir párpados y de
fruncir cejas, que no necesita palabras
para comunicar lo que siente.
En los últimos tiempos, se
paseaba gimoteando por la casa sin otro consuelo que lamerse las patitas. Si
claro! he dicho patitas porque estoy hablando de Lola, ¿de quién sino? Finalmente
concluí que, lo que realmente sentía era envidia: nosotros casa nueva… y ella durmiendo
en su viejo cojín lleno de bolas.
Cómo no complacer a alguien que quiere de
forma desmesurada, explosiva y entregada y que a cambio sólo pide toneladas de comida y
que le acaricien non-stop la pancita.
Descubrí su pasión por los
espárragos una noche de cena en bandeja y película. Al volver de la cocina con
la bebida, me la encontré en el sofá relamiéndose nerviosamente los
bigotes y con la culpabilidad escrita en su perruno rostro. Se había despachado
las yemas de todos los espárragos! Le cayó una bronca monumental y mucho más
tarde… el resto de los tallos que dejó en el plato.
Ayyy… para que luego digan de “la vida de
perros”. Habría que cambiar la frase y hablar de “llevar vida de humanos”, “vida de
contratados a tiempo parcial”, “vida de salarios congelados”, “vida de desahuciados”.
Dejémoslo ahí…
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